Había una vez en un pequeño y colorido pueblo llamado Sonrisas, un niño con una gran sonrisa y un espíritu travieso llamado Tico. Tico, con su cabello alborotado y ojos brillantes como estrellas, se caracterizaba por sus travesuras y su amor por la diversión. Vivía en una linda casa amarilla con su mamá, su papá y su perro, Canela, que siempre lo seguía en sus aventuras.
Una mañana soleada, mientras el canto de los pájaros llenaba el aire, Tico decidió que era el día perfecto para una nueva broma. Con su mente llena de ideas e imaginación desbordante, se acercó a su mejor amiga Sofía, una niña que adoraba las historias de princesas y criaturas mágicas.
—¡Sofía, ven rápido! —gritó Tico con misiones secretas en la mente—. Tengo un plan genial.
Sofía, con un libro bajo el brazo y curiosidad en sus ojos, corrió hacia Tico. Ella sabía que las travesuras de Tico siempre terminaban en risas, aunque a veces podía llevar a situaciones inesperadas.
—¿Qué planeas esta vez? —preguntó Sofía, tratando de contener su risa.
—¡Vamos a hacer que todos crean que hay un dragón en el parque! —contestó Tico, moviendo sus brazos dramáticamente.
—Pero, Tico… ¿y si no les gusta? —dijo Sofía, con una ligera preocupación en su voz.
—¡Claro que les gustará! Será el dragón más divertido que haya existido. Solo necesitamos algunas cosas. ¿Tienes cinta adhesiva y cartones? —insistió Tico, con una chispa de malicia en sus ojos.
Al poco tiempo, Sofía y Tico habían acumulado todos los materiales necesarios. Usaron cartones para crear un enorme dragón con escamas brillantes de colores y unos ojos soñadores que todo lo veían. Colgaron serpientes de papel que parecían llamas que salían de la boca del dragón. ¡Sobresalía en el centro del parque!
Cuando Tico estuvo satisfecho con su creación, llamó a todos sus amigos del pueblo. Con megáfono en mano, gritó: —¡Atención, atención! Ha llegado un dragón al parque de Sonrisas! ¡Corred! —y empezó a correr entre las risas y sustos de todos.
Los niños se arremolinaron para ver la maravilla. Algunos gritaron emocionados mientras otros reían, temiendo que Tico hubiera desatado algo descontrolado. Sofía miraba a su amigo, mientras se preguntaba si había sido una buena idea.
Justo en ese instante, la mamá de Tico, que guardaba un buen sentido del humor, apareció y al ver el dragón quedó asombrada. Rió a carcajadas y aplaudió con entusiasmo. —¡Es precioso! ¡Cuidado con el fuego, dragón! —exclamó, refiriéndose a las llamas de papel.
—¡Mañana será el mejor día, lo prometo! —gritó Tico mientras seguía mofándose en el parque.
Sin embargo, la travesura tenía que llegar a su fin. Todos se sentaron a charlar y disfrutar del ambiente. Cuando el sol empezaba a ocultarse, Castaña, la ardilla que vive en el árbol del parque, se acercó curioseando. En su arrebato de miedos, empezó a corretear alrededor del dragón, lanzando chispas de energía a todos.
—¡Tico, creo que tu dragón está asustando a Castaña! —gritó Sofía, tratando de evitar que la ardilla se subiera a las rifas del dragón improvisado.
Tico, con sus ojos luminosos, sonrió e hizo un gesto salvaje imitando a un dragón, diciendo: —¡Oh no, pequeñas criaturas! ¡No se preocupen! ¡Soy un dragón bueno!
Las risas resonaban por el parque mientras él y Sofía intentaban calmar la situación. Todos comenzaron a reír y a jugar tempestuosos juegos de sombras al lado del dragón recortado.
Al final del día, el dragón de cartón había sido todo un éxito y, a pesar de las dudas de Sofía, se convirtió en el atractivo principal del pueblo. Todos querían tomarse fotos junto a su peculiar dragón.
Cuando anocheció y todos los niños se fueron a casa, Tico y Sofía se quedaron observando el enorme dragón. Tico, satisfecho con su travesura, dijo: —Nunca pensé que un dragón de cartón podría traer tanta diversión.
—Es verdad, pero les hiciste reír a todos —respondió Sofía—, aunque me asustaste un poquito al principio.
Tico sonrió y, entre risitas, sostuvo su mano de la amiga y dijo: —A veces hacer reír a los demás es mejor que un dragón real, ¿no crees?
—¡Sí! Y la próxima vez, ¡podemos ser dragones buenos juntos! —replicó Sofía.
Y así, dos grandes amigos realizaron un pacto que nunca se rompería: harían travesuras y risas hasta que el sol se ocultase nuevamente cada día. Desde entonces, el parque de Sonrisas se llenó de magia, carcajadas y las travesuras de Tico y Sofía se convirtieron en leyendas del pueblo.
Y colorín, colorado, este cuento ya se ha acabado.
La libertad de hacer reír es la mayor travesura que podemos compartir. ¡Diviértete con tus amigos!