En un rincón del mágico reino de Reirópolis, donde las nubes eran de algodón de azúcar y los árboles hacían ruiditos divertidos al viento, vivía un grupo de amigos inseparables: Lila la ardilla, Max el pato, y Tito el conejito. Cada día se aventuraban en sus travesuras, riendo y jugando hasta que el sol se ocultaba.
Un día, mientras exploraban la selva de los chistes, encontraron un cartel brillante que decía: “¡Gran Concurso de Risas el próximo sábado!” Los tres amigos se miraron emocionados. Lila, con sus ojitos chispeantes, fue la primera en hablar.
— ¡Debemos participar! ¡Estoy segura de que tenemos los mejores chistes del reino!
— ¿Y si no hacemos reír a nadie? —se preocupó Max, revoloteando sus alas nerviosamente.
— ¡No seas aguafiestas! —exclamó Tito, dando saltitos de emoción—. Si hay algo que nos encanta, es hacer reír. ¡Vamos a prepararnos!
Y así, los amigos comenzaron a idear sus chistes, cada uno más loco y divertido que el anterior. Lila decidió preparar una serie de chistes sobre nueces, ya que le encantaba recolectarlas. Max, el pato, pensó en algunos sobre aves y sus raras costumbres, y Tito, el conejito, aprovechó su velocidad para contar chistes sobre carreras y zanahorias.
A medida que pasaban los días, la expectativa por el concurso se hacía cada vez más grande. El viernes por la tarde, antes del gran día, los amigos se reunieron en su lugar favorito: la colina de las risas. Mientras se sentaban en círculo, cada uno contó sus chistes para probar si eran lo suficientemente graciosos.
Lila empezó:
— ¿Qué le dijo una nuez a otra nuez en el parque?
— ¡Nos vemos en el árbol! —respondió, mientras todos reían a carcajadas.
Después fue el turno de Max:
— ¿Cómo se llama un pato que sabe karate?
— ¡Un pato-pato! —dijo con una reverencia cómica, haciéndolos reír más.
Finalmente, fue el turno de Tito:
— ¿Cuál es el colmo de un conejo?
— ¡Hacer zanahorias en una carrera! —dijo, y todos se tiraron al suelo riendo.
El ambiente estaba lleno de risas, pero al mismo tiempo, se sentían un poco nerviosos. La competencia iba a ser fuerte, porque Reirópolis estaba llena de personajes chistosos. El día del concurso llegó, y Lila, Max y Tito se vistieron con sus mejores prendas. Lila llevaba un sombrero de flor, Max se puso unas gafas de sol brillantes y Tito decidió llevar una bufanda al viento.
Cuando llegaron al concurso, el lugar estaba lleno de participantes: desde un perico que hacía acrobacias hasta un caracol que contaba chistes tan lentos que te dejaban en suspenso. Todos se preparaban para dar lo mejor de sí mientras el público, formado por ranas, mariposas y hasta un oso de peluche, estaba muy emocionado.
Tan pronto como el reloj dio la hora, el maestro de ceremonias, el loro Rorito, anunció la apertura del concurso.
— ¡Bienvenidos a la Gran Competencia de Risas! ¡Que comience el espectáculo!
Los amigos estaban un poco asustados pero decidieron mantener una actitud alegre. Lila fue la primera en subir al escenario. Con confianza y un gran brillo en su sonrisa, hizo sus mejores chistes. La audiencia estaba encantada con sus ocurrencias sobre nueces y todos reían a carcajadas. Max fue segundo, y con su estilo único, hizo volar algunas risas en el aire.
Finalmente, llegó el turno de Tito. El conejito corrió hacia el escenario con energía. Entre saltos y movimientos cómicos, contó sus chistes mientras se acomodaba como si estuviera en una carrera. A su paso, las risas se multiplicaron, ¡la gente no podía dejar de reír!
Sin embargo, hubo un pequeño percance. Cuando un viejo oso presentó su chiste final, parecía que no hacía reír a nadie. Se podía sentir el silencio incómodo entre la multitud. Los amigos, al ver la situación, se miraron preocupados.
— Necesitamos ayudarlo —dijo Lila, pensando rápido.
— ¡Claro! ¡Vamos a improvisar! —dijo Tito lleno de energía.
Y así, los tres amigos salieron corriendo del escenario, hicieron un pequeño círculo con el viejo oso y comenzaron a contar chistes. Pronto, los tres estaban compartiendo risas juntos, y la audiencia no podía resistir. Cada uno de ellos tenía algún chiste listo, y la atmósfera se transformó en una gran broma grupal donde todos contribuían.
Finalmente, el viejo oso rió tanto que ¡los árboles comenzaron a hablar de nuevo! Fue el día más feliz de sus vidas. Al final del concurso, todos aplaudieron y celebraron juntas las risas, sin importar quién había ganado. Rorito, emocionado, dijo una frase que se quedaría en sus corazones:
— La verdadera victoria está en compartir risas y momentos felices con amigos.
Desde ese día, Lila, Max y Tito decidieron seguir organizando encuentros de chistes en Reirópolis, donde no solo hacían reír, sino que también ayudaban a los demás a disfrutar y reírse juntos. La amistad y la alegría fueron las claves de su pequeño y divertido reino.
Moraleja: Compartir risas con amigos es más divertido que competir. ¡La alegría de la amistad siempre gana!